Revista de ciencia de la Complejidad
mientos per se, asociados a la conservación de suelos, al clima, a los pastos, a la fertiliza-
ción orgánica, entre otros; sino el sustentar que tales conocimientos provienen o están
asociados estrechamente a la concepción viva de la tierra y de la naturaleza. Cada término
de los terrenos de rotación sectorial tiene su propio significado literal de su contexto bio-
cultural. Puede entenderse literalmente relacionado a “dar vueltas”, “retornar”, “renacer”,
“
rotación”, “devolver”, “prestarse”, entre otros, todos ellos relacionados con la Madre Tie-
rra.
El sistema mañay es uno de los mecanismos que más ayuda a desenrollar esa concepción,
pues del quechua “mañay” que significa literalmente “préstamo o prestarse” cuyo meca-
nismo contempla también períodos largos de descanso luego de cultivarlos, expone ele-
mentos de complejidad en torno a la esencia del idioma en la cual se encuentra gran parte
del sentido y la esencia de una cultura, que no es posible identificar solamente con una
traducción literal, sino en todo el contexto de prácticas agrícolas, gestión de semillas, de
conservación de suelos y sobre todo la ritualidad presente en cada una de esas actividades.
Te prestas de la madre tierra sus chacras para devolverlas tal cual lo recibieron, y todas las
acciones complementarias e implementación de conocimientos ancestrales orientadas al
cuidado y la conservación de suelos, guardan esa esencia. Este sistema de conservación de
los suelos va de la mano con una racionalidad de respeto hacia la naturaleza y la esencia de
ese préstamo alude al sentido de la cosmovisión andina de la concepción viva de la tierra.
En los mañay se cultiva lo suficiente para la familia (alimentos, semillas, intercambio y
venta) hasta la siguiente cosecha, a pesar de que en esos mismos terrenos puede ser posi-
ble ampliar algunas áreas o disminuir los períodos de descanso o incorporar fertilización
química, con tales concepciones esas acciones implicarían ejercer mayor presión sobre la
tierra y sobre la capacidad de regeneración de los terrenos, tanto a nivel de su fertilidad
como de su conservación estructural y física (Llacsa, 2008). Esta investigación se desa-
rrolló el 2008 en Pitumarca – Cusco y fue constatada su vigencia y sentido entre el 2019 y
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023 con el proyecto GEF Agrobiodiversidad SIPAM, en las regiones de Apurímac, Arequi-
pa, Cusco, Huancavelica y Puno.
De esta misma forma, los indicadores y señas climáticas son concebidos como parte de la
organicidad para la producción armónica de alimentos -agrobiodiversidad- y de paso para
la regeneración de un mundo vivo. El zorro, la perdiz, el sancayu, el cóndor, el sol, la luna,
el arcoíris, en la concepción andino amazónica son personas, son parientes con un grado
de relación y “crianza” circunstancial -un tiempo son hijas, otro momento son madre- y
son actores que siempre forman parte de esa organicidad de la vida; la no participación de
alguno de ellos implica desarmonía en el ciclo de producción; no son solamente indicado-
res, son concebidos también como personas poseedores de conocimiento, porque es tal el
respeto y la consideración y tan real la concepción de la vida, que el estar vivo es más que
latir, respirar y moverse, es sentir y reconocer la sabiduría del otro; es pues criar y dejarse
criar. Esta concepción, forma parte de la ética de la concepción de la vida, de la naturaleza
y de todos quienes formamos parte de ella, y bajo esas concepciones los conocimientos
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