APOSTARLE A UNA OBRA
Carlos Eduardo Maldonado
Profesor Titular
Facultad de Medicina
Universidad El Bosque
maldonadocarlos@unbosque.edu.co
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9262-8879
Palabras del Profesor Carlos Eduardo Maldonado con motivo del otorgamiento del doctorado
honoris causa por parte de la Universidad Multiversidad Edgar Morin (México), el 6 de junio
de 2025.
Decía Goethe, que al respecto bastante sabía, que si se quiere dejar un legado es preciso
escribir y publicar mucho. El primer ejemplo para Goethe era la obra de su amigo
Humboldt. Esta es una posibilidad. Naturalmente, a esta idea se contraponen varios
ejemplos: en literatura, Juan Rulfo, con una obra que comprende difícilmente tres libros, y
en losofía, sin duda Spinoza, cuya obra comprende apenas cinco libros, dejando de lado
su correspondencia (y ni un solo paper). Esta otra posibilidad requiere un compromiso y
circunstancias perfectamente singulares.
En otros lugares he argumentado que la inmensa mayoría de los investigadores no son
tales: simplemente hacen la tarea. Es más, la inmensa mayoría de publicaciones son
minimalistas por técnicas 1. Quisiera sintetizar en tres ejemplos -nacionales- los modos de
escribir e investigar. De un lado, particularmente entre nosotros, se impone ampliamente
1 Cfr. Maldonado, C. E., (2025), “Investigación y ciencia en América Latina: el problema internalismo,
externalismo y complejidad a partir de la obra de Oscar Varsavsky”, en: L. Rodríguez-Zoya, (Ed.), Oscar
Varsavsky y Carlos Matus. Ciencia, planicación y gobierno de problemas complejos, Buenos Aires,
Ed. Comunidad de Pensamiento Complejo (próximo a publicarse); “Cuatro modos insurgentes de la
investigación”. (2023) “Cuatro modos insurgentes de justicación de la investigación”, en: Revista de
Epistemología y Ciencias Sociales, No. 16, agosto, págs. 14-30; disponible en: https://www.revistaepis-
temologia.com.ar/wp-content/uploads/2023/07/www.revistaepistemologia.com.ar-revista-com-
pleta-numero-16-con-7-articulos-editada.pdf; (2025), “Desinstitucionalizar la Ciencia: revolución
cientíca y políticas públicas”, en: Utopía y Praxis Latinoamericana, año 30, No. 109, pág. E15096925;
doi: https://doi.org/10.5281/zenodo.15096925.
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el modelo estadounidense según el cual hay que publicar mucho -publish or perish-, y
alcanzar pronto un índice h relevante. Como es sabido, alguien comienza a ser un posible
candidato a un Nobel, entre otras características, cuando su índice h ronda 40. El segundo
modelo es el francés. La mayoría de los investigadores franceses, por ejemplo, los del CNRS,
no publican papers, sino, principalmente, libros; un libro al año. De esta suerte, al cabo
de digamos diez años, se tienen diez libros. Varias líneas de pensamiento se siguen, que
no escapan a un entendimiento sensible. Un tercer modelo es el alemán. Bastante más
relajados con respecto a los dos ejemplos precedentes, los profesores e investigadores
alemanes no se estresan por publicaciones, no denen su carrera en esos términos, y eso
les conere otros espacios, formas de vida y otras características sociales, culturales y
académicas.
Hay autores que se autopublican a mismos. La historia del pensamiento tiene notables
ejemplos al respecto. Hay otros que se someten a los pares, los comités editoriales, las
ingenierías de diseño y viven permanentemente, o de tanto en tanto, estresados por los
compromisos y exigencias, generalmente exteriores. Y hay quienes tienen la capacidad de
jugar ambos juegos, con libertad y desenfado.
Nada en la vida vale la pena que no produzca satisfacción; y más radicalmente, placer.
No hay que ser epicúreos para ello, aunque ser epicúreos ciertamente ayudaría. Basta
con saber vivir. La inmensa mayoría de la gente vive para trabajar. Y trabaja para pagar
deudas. Eso no es vida. Son demasiados pocos los profesores e investigadores que conozco
por medio mundo que saben, adicionalmente, vivir. Un balance maniestamente delicado:
crear y llevar una vida buena.
Eufemística, pero también administrativamente, se ha venido imponiendo la idea de
innovación -horribile dictum-, según la cual la innovación puede y debe ser diseñada,
ingenierada, y planeada o planicada. Un@ verdader@ investigador@ no innova jamás;
ciertamente no en esos términos. Cuando es bueno y original crea. La innovación es una
actividad y un discurso insulsos, para bobos.
Desde luego que las acciones humanas tienen consecuencias. La investigación es una
de estas acciones humanas. Hasta aquí se trata de un enunciado trivial. En complejidad
sabemos que las acciones humanas tienen consecuencias impredecibles. Que es cuando
verdaderamente hay creatividad; esto es, sorpresa, motivos qué pensar. Un contraejemplo
es ilustrativo al respecto.
La mala ciencia trabaja más o menos de la siguiente manera: se introduce un input
determinado, y se espera que el output resulte en tal tiempo y de tal o cual manera. En las
ciencias naturales o en las ciencias sociales y humanas. Un efecto o un output predecible o
anticipable es la primera de las señales evidentes de mala ciencia. Que es, maniestamente
lo que abunda. Lo verdaderamente importante -en los inventos, en los descubrimientos,
en los eureka y serendipities- tiene lugar cuando se obtiene algo que no se esperaba ni que
cabía anticipar ni proyectar.
Cada artículo, cada capítulo de libro, cada libro tiene vida propia. Quisiera sugerir que
deben ser concebidos como unidades orgánicas independientes, autoconsistentes. Pero
deben poder ser sembrados en un horizonte ampliamente más profundo y signicativo.
Cuando escribimos y publicamos un texto, nunca sabemos qué resultados podrá tener.
Porque cuando se sabe cuál será su impacto, es porque ese texto carece de vida propia.
Sin ambages, los artículos, los capítulos de libro, los libros, son hijos en toda la extensión y
sentido de la palabra. No hay que producirlos (“producción intelectual o cientíca”). Hay
que quererlos como tales. Jamás sabemos de a ciencia cierta y ciertamente no de antemano
cuáles serán las consecuencias de un escrito, cuando se es verdaderamente auténtico.
La valía de un investigador no consiste única ni principalmente en los títulos que tiene, en
el índice h, en el capital relacional, o en otros aspectos, importantes como son. Todos esos
no son más que sucedáneos o, si se quiere, facilitadores; mejor aún, digamos: catalizadores.
Nadie sano y sensible dene la normalidad por parte de sí. mism@. Sólo el loco o el tirano
así lo hacen. Son siempre los demás quienes determinan, usualmente al comienzo de la
tarde, o acaso ya al nal del día, el valor de algo o de alguien. Sí, excepcionalmente puede
suceder en la mana.
La clave de la idea sugerida al comienzo por Goethe se condesa en una sola palabra. Es
verdaderamente investigador@ -Goethe desde luego no hablaba así. La investigación es la
forma como, hoy por hoy, ha venido a decantarse a las artes, a la ciencia, a la losofía y a las
ingenierías-, quien se da a la tarea de dar nacimiento o desarrollar una obra. Sin embargo,
este es un fenómeno que jamás se declara abiertamente, ni se promociona ni anuncia. Si
alguien tiene una obra, no es él o ella mism@ quienes lo dicen -así, aunque en el trasfondo
de su corazón y de sus íntimos lo sepa-. Son siempre los demás quienes lo arman y lo
ponen de maniesto. Todo lo demás son fruslerías: escribir un artículo, un libro, y demás.
Como sabemos todos, un doctorado -Ph.D-. es tan sólo el punto de partida; jamás el
punto de llegada. En el uir de la vida, un@ investigador@ va ocasionalmente obteniendo
distintos tipos de reconocimiento, como resultado de estudios e investigaciones
posteriores, como resultado de una continuidad exigente pero creciente. Sin embargo, los
buenos investigadores jamás trabajan en función de la obtención de reconocimientos, que
los hay variados y de importancia creciente, si se quiere. Conozco, amigos y colegas que
así lo hacen o lo intentaron. La vida es bastante más sabia que cada uno de nosotros, o que
todos nosotros, juntos.
He trabajado con un norte, si cabe la expresión. (En la navegación en el sur hablamos
más bien de la Cruz del Sur, no de la Osa Polar). Para decirlo sucintamente, se trata del
reconocimiento expreso de que las ciencias de la complejidad son ciencias de la vida., y de
que no hay valor, forma, instancia, idea o experiencia mejor o superior a la vida. Temprano,
me dediqué de entrada, plenamente, a esta intuición, primero en la fenomenología,
luego en los derechos humanos, siempre en la educación, todo con la luz de la losofía; y
posteriormente en y gracias a la losofía de la ciencia, el diálogo a profundidad con otras
ciencias y disciplinas, las artes y la estética, y sí: las ciencias de la complejidad.
Las ciencias de la complejidad son ciencias de la vida. Nadie más lo ha dicho, no lo ha
explorado ni lo ha puesto de maniesto. Esta es una contribución de América Latina al
mundo. Naturalmente, la expresión: ciencias de la complejidad” comprende, a mi modo
de verlo, bastante más que la ciencia, también a las artes y la estética, a las humanidades.
No huelga subrayarlo: las ciencias de la complejidad no tienen absolutamente nada que ver
ni con la ciencia clásica, ni con la ciencia normal. Y, sin embargo, no son ellas, todas ellas,
lo importante; en absoluto. Se trata de magnícas herramientas, que hay que conocer
y dominar muy bien -subrayo: muy bien”-, cuya única nalidad es la de exaltar, hacer
posible y cada vez más posible, llenar de calidad, contenidos y dignidad, en n, conocer y
comprender a la vida; sí, a la vida-tal-y-como-la-conocemos, tanto como a la vida-tal-y-
como-podría-ser posible. No hay absolutamente ningún otro campo del conocimiento que
así lo diga y lo permita.
Ahora bien, dar lugar a una obra Es una apuesta singular. Como hay muy pocas. Sin
exageración, sobran dedos de las manos para señalar las apuestas semejantes. Ahora
bien, como sucede con la mayoría de las cosas importantes en la vida, en realidad, nadie
entiende el tema desde afuera; y sólo algunos alcanzan a adivinar la envergadura.
Dar a luz una obra es incluso relativamente fácil. Una obra no se hace con trabajo,
constancia, disciplina y dedicación. Sería pueril armar que así sucede. En realidad, se
trata de una hybris, un tema sobre el cual educadores y metodólogos, epistemólogos y
gestores del conocimiento nada saben. Justamente, por eso son lo que son y hacen lo que
hacen. La creación en su sentido más prístino es una hybris que posee por completo al
investigador@. En la hybris, nadie es dueño de mism@. Esta, quiero sugerirlo, es la mejor
garantía de, para una obra. No puedo entrar aquí por razones de tiempo en los rasgos de la
misma.
En la realización de una obra -algo que se dice fácilmente pero que es endemoniadamente
difícil de llevar a cabo- no es el sujeto el que se transforma. Por el contrario, es el objeto que
es transformado por una experiencia singular, por una historia de vida que él o ella sabe
pero que no domina enteramente. Siempre el papel de la intuición y la imaginación son
estelares. En la hybris, la existencia es vivida en el lo del caos, y es alejada del equilibrio
como una obra puede emerger.
Desde luego que reconozco que los descubrimientos -esos momentos de eureka- pueden
ser el resultado de un largo trabajo que se nutre más de dudas y preguntas que de respuestas
y soluciones. Sin embargo, quisiera resaltar que el trabajo denodado y constante carece de
sentido si no tienen lugar los relámpagos y ashes, aleatorios y sorpresivos, que permiten
digerir y metabolizar ese trabajo de largo aliento. La hybris es la experiencia más pura
que puede haber en el plano del conocimiento. Ella garantiza los resplandores de: ajá!,
serendipities, eurekas. Pero hay que saberlos aceptar y vivir. Ese es otro tema aparte.
Heráclito: si no se espera lo inesperado no se lo reconocerá cuando llegue, dado lo inhallable
y difícil que es.
Sin embargo, existe aún un problema, en este marco de una inmensa mayor complejidad. Se
trata de la dicultad de reconocer que se tiene, se es poseído por una hybris y sin embargo
se la debe poder canalizar. La forma más genérica como esta tensión se resuelve es en el
sempiterno problema acerca de las relaciones entre una vida y una obra. ¿Es la obra más
importante que la vida de un autor, o bien la obra y la vida no pueden desprenderse una de
la otra? Al respecto hay una advertencia elemental que cabe recordar: la vida es un juego
que se juega a largo plazo.
Hay fantásticos creadores -Heidegger, Vargas Llosa, Mahler-, por ejemplo, que han sido, no
obstante, pésimas personas, muy malos políticos, altamente cuestionados en múltiples
sentidos, siempre con referencia a su calidad como seres humanos. Los ejemplos al respecto
abundan en prácticamente todas las áreas, las artes y la ciencia, la losofía. El tema no
tiene que ver directamente con tener un sentido práctico de la vida -que en la mayoría de
las veces no sucede-, cuanto que en tener un sentido de bonhomía. La bonhomía, que es
bastante más y muy diferente a la moral y la ética.
¿Nos quedamos con lo que es especíco de cada ser humano, o de alguien en particular? O
más bien, ¿destacamos lo que es universal, para todos nosotros? La respuesta es fácil, y no
escapa a un entendimiento sensible.
Este no es un problema para nada elemental. Contra todas las apariencias, nadie le enseña
a nadie a vivir, y mucho menos, no le enseña nadie a nadie cómo crear una obra. Ambas son
cosas que se van aprendiendo en el camino. Y sí, siempre con algo de buena Fortuna. La
hermosa diosa Tyché que terminará ocultándose debido a Platón y a Aristóteles, que son,
ulteriormente, losofías del control. Por eso, entre otras razones sus preferencias por las
causas y las determinaciones.
Quienes no saben reconocer las contribuciones de la suerte o del azar no son verdaderamente
agradecidos. La vida está marcada siempre por una pizca -como en las comidas con los
condimentos-, de aleatoriedad y buena fortuna. Y ella, libre como es, no depende jamás de
nadie. También los dioses, todo parece indicarlo, se encuentran atados a las contingencias.